Escrito de Paloma Sánchez con motivo del martes de tertulia de diciembre
A continuación se muestra el escrito que ha mandado la escritora Paloma Sánchez Gárnica al grupo de los martes de tertulia con motivo del análisis y comentario de su libro "Tu recuerdo es más fuerte que mi Olvido" el pasado 5 de diciembre en el Centro Cívico.
Desde el Ayuntamiento y desdel el grupo de los Martes de Tertulia agradecemos a PalomaPaloma Sánchez Garnica su amabilidad, disponibilidad y profesionalidad con este grupo de aficionados a la lectura que se reunen una vez al mes.
Mis queridos lectores,
En primer lugar quiero agradecer vuestra lectura y vuestro interés por mis novelas. No imagináis lo importantes que sois cada uno de vosotros para mí. Para mí la escritura es un círculo mágico que yo inicio y que se cierra cada vez que un lector termina de leer mi novela. Siempre tengo el anhelo de que cuando llegue ese momento en el que lee la última línea, piense que esa lectura ha merecido la pena.
Cada vez que inicio una nueva historia tengo la imperiosa necesidad de aislarme de todo y de todos (o casi todos), con el fin de alejarme de la realidad que me rodea y centrarme en la historia que empieza a desplegarse en mi cabeza. Busco con denuedo la soledad para conseguir el silencio (con lo difícil que hoy en día resulta alejarse de tanto ruido, tanta información, tanta exposición), un silencio para ser capaz de escuchar y entender lo que mis personajes, en cada historia, quieren contarme.
La escritura es un camino plagado de inseguridades, de dudas, de mucho desasosiego, porque, en demasiadas ocasiones uno tiene la angustiosa sensación de que lo que estás haciendo no le va a interesar a nadie... Pero también es un camino apasionante, lleno de momentos extraordinarios, de una fascinación que te envuelve y te eleva a un estado de euforia muy difícil de explicar.
Para escribir necesito una rutina espartana. Me levanto a las siete, desayuno, voy a nadar durante cuarenta minutos (en muchas ocasiones, nadando se me han ocurrido ideas muy interesantes), regreso a casa y a las 9 me pongo delante de mi ordenador. Un café solo, sin azúcar, una botella de agua, los cascos sobre mis orejas y la música elegida para cada novela. Con esa música, se abren las puertas de la mente y empiezo a escribir. Escribo durante toda la mañana y gran parte de la tarde, alternando con lectura y documentación.
Esa es mi vida todos los días de la semana mientras estoy escribiendo, con muy pocas alteraciones.
La novela objeto de la tertulia tuvo su origen en una conversación mantenida con una vecina, convertida ahora en una entrañable amiga, que había leído La sonata del silencio y quería charlar conmigo sobre lo que sintió con la lectura de esa historia. Aquella mujer de apariencia feliz, libre, independiente, tenía detrás una historia que arrastraba desde que con doce años le preguntó a su madre qué le ocurría con papá, que por qué siempre estaba tan triste. La respuesta que obtuvo fue que su padre, al que adoraba, estaba casado con otra mujer, que tenía tres hermanos a los que no conocería hasta después de mucho tiempo, y sobre todo entendió el significado de la palabra bastarda. A partir de ese momento, su vida ha arrastrado una ‘marca’ muy injusta de culpabilidad y vergüenza que ha condicionado toda su vida, a pesar de que ahora vivamos con unas leyes en las que ya no existe distinción entre los hijos nacidos fuera o dentro de un matrimonio...
Ella me pidió que contase alguna historia sobre los niños del pecado, esos niños marcados por unas leyes injustas y por la hipocresía de una sociedad que murmura y estigmatiza a la madre y al hijo, dejando libre de sospecha y de culpa al hombre y al padre.
Tengo que decir que no soy dueña de las historias que escribo. Si alguna vez se me ha ocurrido plantearme, o empeñarme, en seguir un guión o un esquema, me quedo clavada sin poder escribir ni una sola línea, enmudecidos todos los personajes. Yo me pongo delante del ordenador y me dejo llevar exactamente igual que cuando tomo un libro en mis manos, lo abro y me zambullo en la lectura descubriendo a cada línea la historia que el autor escribió en su día. Eso mismo me ocurre a mí al escribir... Por lo tanto, sentarme pensando que la historia va a ir por donde yo pretendo no me sirve de nada.
Sabiendo esto, recogí algunas de las experiencias de esta mujer y me puse a escribir, pero sin condición alguna para los personajes. Por eso, aunque hay algunos atisbos de hechos reales, todo en ella es ficción, y nada tiene que ver la vida de mi amiga con la historia de Carlota.
Fue un proceso complicado de escritura, porque en las anteriores novelas las historias de mis personajes estaban contadas en el pasado, y tenía la perspectiva del tiempo, de asomarme a la ventana del pasado y mirar sin que los hechos me afectaran demasiado. Pero en esta novela he tratado temas de la sociedad en la que vivo, cosas de las que he sido testigo, que puedo ver y oír cada día a través de periódicos, redes sociales o personas que están a mi alrededor, y esta circunstancia me ha condicionado porque tuve que hacer un esfuerzo para no intervenir yo, como Paloma, con mi criterio personal, interfiriendo en los diálogos y en la forma de pensar de mis personajes. Tuve que hacer un esfuerzo de contención, incluso de humildad, para dejar que fueran ellos, cada uno de los personajes, con sus luces y sus sombras, los que contasen libremente su historia.
Quería contar cómo se me ocurrió el título. Se trata de un verso de un poema de Carlos Augusto Salaberry, un poeta peruano del siglo XIX, hijo natural y que por esa circunstancia fue un hombre taciturno y melancólico. Leo poesía porque considero que es la perfección de la narrativa. Un buen poema expresa en pocas líneas y con las palabras justas todo lo que yo necesito explicar en más de seiscientas páginas. Por eso, cuando leía el poema de Salaberry, y pasé por ese verso, no lo dudé... Era la historia que estaba escribiendo, una historia de recuerdos, de olvidos, de amor y desamor.
En la novela se tratan muchos temas que nos afectan directa o indirectamente: la soledad (la elegida, y la obligada), el papel de las mujeres en nuestra sociedad y en distintas edades, la realidad de la conciliación, el aborto, las relaciones entre padres e hijos (concretamente entre madres e hijas). Los lastres que se llevan en la vida y que pesan y condicionan, e inmovilizan... Las consecuencias de las decisiones tomadas, no sólo para el que las adopta sino también para otros que nada tienen que ver con ellas.
Yo escribo para aprender, para comprender cosas que me afligen, que no entiendo. Con la escritura de esta novela indagué sobre el perdón, y aprendí que el perdón libera, tanto para el que lo pide como para el que lo otorga, y voy a explicar porqué.
El que pide perdón puede que no lo reciba, que no le sea perdonada su afrenta, pero el hecho de pedir perdón supone un previo acto de arrepentimiento y de contrición, yeso supone descargar de la conciencia el sentimiento de culpabilidad que puede pesar como una losa.
Pero sobre todo aprendí que perdonar es el acto más generoso que uno puede hacerse a sí mismo, porque para perdonar no se requiere que a uno le pidan perdón. No se requiere olvidar la afrenta o daño causado (hay cosas imposibles de olvidar). No se requiere justificar la afrenta (la mayoría de las veces resulta injustificable). Incluso cuando lo que se perdona es un delito, la justicia continúa su camino sin que el perdón suponga su paralización.
Pero no podemos negar que al perdonar, cuando perdonamos, desaparece el rencor que ha crecido en nuestro interior, se va apagando ese afán de venganza, se atenúa el resentimiento que mantenido en el tiempo puede resultar mucho más doloroso que la propia ofensa.
Al perdonar la herida que provocó la ofensa se cierra, deja de supurar y se cicatriza. Puede que la cicatriz permanezca siempre... pero ya no duele, ya no sangra.
Nada más. Tan solo expresar que el calor que recibo de cada lector, venga de la forma que venga, aunque nunca nos encontremos físicamente, supone para mí el reconocimiento a mi trabajo. Vuestra lectura, vuestra tertulia sobre mis personajes dan valor a mi trabajo, a tantas horas de silencio, de soledad, de aislamiento, de desasosiego... Ahora, con vosotros escuchando estas palabras que escribo desde el corazón, me estáis transmitiendo, sin saberlo, todo la magia que la literatura tiene, una magia extraordinaria que nos une para siempre.
Por eso, mi profunda gratitud y un abrazo inmenso para cada uno de vosotros.
A continuación se muestra el escrito que ha mandado la escritora Paloma Sánchez Gárnica al grupo de los martes de tertulia con motivo del análisis y comentario de su libro "Tu recuerdo es más fuerte que mi Olvido" el pasado 5 de diciembre en el Centro Cívico.
Desde el Ayuntamiento y desdel el grupo de los Martes de Tertulia agradecemos a PalomaPaloma Sánchez Garnica su amabilidad, disponibilidad y profesionalidad con este grupo de aficionados a la lectura que se reunen una vez al mes.
Mis queridos lectores,
En primer lugar quiero agradecer vuestra lectura y vuestro interés por mis novelas. No imagináis lo importantes que sois cada uno de vosotros para mí. Para mí la escritura es un círculo mágico que yo inicio y que se cierra cada vez que un lector termina de leer mi novela. Siempre tengo el anhelo de que cuando llegue ese momento en el que lee la última línea, piense que esa lectura ha merecido la pena.
Cada vez que inicio una nueva historia tengo la imperiosa necesidad de aislarme de todo y de todos (o casi todos), con el fin de alejarme de la realidad que me rodea y centrarme en la historia que empieza a desplegarse en mi cabeza. Busco con denuedo la soledad para conseguir el silencio (con lo difícil que hoy en día resulta alejarse de tanto ruido, tanta información, tanta exposición), un silencio para ser capaz de escuchar y entender lo que mis personajes, en cada historia, quieren contarme.
La escritura es un camino plagado de inseguridades, de dudas, de mucho desasosiego, porque, en demasiadas ocasiones uno tiene la angustiosa sensación de que lo que estás haciendo no le va a interesar a nadie... Pero también es un camino apasionante, lleno de momentos extraordinarios, de una fascinación que te envuelve y te eleva a un estado de euforia muy difícil de explicar.
Para escribir necesito una rutina espartana. Me levanto a las siete, desayuno, voy a nadar durante cuarenta minutos (en muchas ocasiones, nadando se me han ocurrido ideas muy interesantes), regreso a casa y a las 9 me pongo delante de mi ordenador. Un café solo, sin azúcar, una botella de agua, los cascos sobre mis orejas y la música elegida para cada novela. Con esa música, se abren las puertas de la mente y empiezo a escribir. Escribo durante toda la mañana y gran parte de la tarde, alternando con lectura y documentación.
Esa es mi vida todos los días de la semana mientras estoy escribiendo, con muy pocas alteraciones.
La novela objeto de la tertulia tuvo su origen en una conversación mantenida con una vecina, convertida ahora en una entrañable amiga, que había leído La sonata del silencio y quería charlar conmigo sobre lo que sintió con la lectura de esa historia. Aquella mujer de apariencia feliz, libre, independiente, tenía detrás una historia que arrastraba desde que con doce años le preguntó a su madre qué le ocurría con papá, que por qué siempre estaba tan triste. La respuesta que obtuvo fue que su padre, al que adoraba, estaba casado con otra mujer, que tenía tres hermanos a los que no conocería hasta después de mucho tiempo, y sobre todo entendió el significado de la palabra bastarda. A partir de ese momento, su vida ha arrastrado una ‘marca’ muy injusta de culpabilidad y vergüenza que ha condicionado toda su vida, a pesar de que ahora vivamos con unas leyes en las que ya no existe distinción entre los hijos nacidos fuera o dentro de un matrimonio...
Ella me pidió que contase alguna historia sobre los niños del pecado, esos niños marcados por unas leyes injustas y por la hipocresía de una sociedad que murmura y estigmatiza a la madre y al hijo, dejando libre de sospecha y de culpa al hombre y al padre.
Tengo que decir que no soy dueña de las historias que escribo. Si alguna vez se me ha ocurrido plantearme, o empeñarme, en seguir un guión o un esquema, me quedo clavada sin poder escribir ni una sola línea, enmudecidos todos los personajes. Yo me pongo delante del ordenador y me dejo llevar exactamente igual que cuando tomo un libro en mis manos, lo abro y me zambullo en la lectura descubriendo a cada línea la historia que el autor escribió en su día. Eso mismo me ocurre a mí al escribir... Por lo tanto, sentarme pensando que la historia va a ir por donde yo pretendo no me sirve de nada.
Sabiendo esto, recogí algunas de las experiencias de esta mujer y me puse a escribir, pero sin condición alguna para los personajes. Por eso, aunque hay algunos atisbos de hechos reales, todo en ella es ficción, y nada tiene que ver la vida de mi amiga con la historia de Carlota.
Fue un proceso complicado de escritura, porque en las anteriores novelas las historias de mis personajes estaban contadas en el pasado, y tenía la perspectiva del tiempo, de asomarme a la ventana del pasado y mirar sin que los hechos me afectaran demasiado. Pero en esta novela he tratado temas de la sociedad en la que vivo, cosas de las que he sido testigo, que puedo ver y oír cada día a través de periódicos, redes sociales o personas que están a mi alrededor, y esta circunstancia me ha condicionado porque tuve que hacer un esfuerzo para no intervenir yo, como Paloma, con mi criterio personal, interfiriendo en los diálogos y en la forma de pensar de mis personajes. Tuve que hacer un esfuerzo de contención, incluso de humildad, para dejar que fueran ellos, cada uno de los personajes, con sus luces y sus sombras, los que contasen libremente su historia.
Quería contar cómo se me ocurrió el título. Se trata de un verso de un poema de Carlos Augusto Salaberry, un poeta peruano del siglo XIX, hijo natural y que por esa circunstancia fue un hombre taciturno y melancólico. Leo poesía porque considero que es la perfección de la narrativa. Un buen poema expresa en pocas líneas y con las palabras justas todo lo que yo necesito explicar en más de seiscientas páginas. Por eso, cuando leía el poema de Salaberry, y pasé por ese verso, no lo dudé... Era la historia que estaba escribiendo, una historia de recuerdos, de olvidos, de amor y desamor.
En la novela se tratan muchos temas que nos afectan directa o indirectamente: la soledad (la elegida, y la obligada), el papel de las mujeres en nuestra sociedad y en distintas edades, la realidad de la conciliación, el aborto, las relaciones entre padres e hijos (concretamente entre madres e hijas). Los lastres que se llevan en la vida y que pesan y condicionan, e inmovilizan... Las consecuencias de las decisiones tomadas, no sólo para el que las adopta sino también para otros que nada tienen que ver con ellas.
Yo escribo para aprender, para comprender cosas que me afligen, que no entiendo. Con la escritura de esta novela indagué sobre el perdón, y aprendí que el perdón libera, tanto para el que lo pide como para el que lo otorga, y voy a explicar porqué.
El que pide perdón puede que no lo reciba, que no le sea perdonada su afrenta, pero el hecho de pedir perdón supone un previo acto de arrepentimiento y de contrición, yeso supone descargar de la conciencia el sentimiento de culpabilidad que puede pesar como una losa.
Pero sobre todo aprendí que perdonar es el acto más generoso que uno puede hacerse a sí mismo, porque para perdonar no se requiere que a uno le pidan perdón. No se requiere olvidar la afrenta o daño causado (hay cosas imposibles de olvidar). No se requiere justificar la afrenta (la mayoría de las veces resulta injustificable). Incluso cuando lo que se perdona es un delito, la justicia continúa su camino sin que el perdón suponga su paralización.
Pero no podemos negar que al perdonar, cuando perdonamos, desaparece el rencor que ha crecido en nuestro interior, se va apagando ese afán de venganza, se atenúa el resentimiento que mantenido en el tiempo puede resultar mucho más doloroso que la propia ofensa.
Al perdonar la herida que provocó la ofensa se cierra, deja de supurar y se cicatriza. Puede que la cicatriz permanezca siempre... pero ya no duele, ya no sangra.
Nada más. Tan solo expresar que el calor que recibo de cada lector, venga de la forma que venga, aunque nunca nos encontremos físicamente, supone para mí el reconocimiento a mi trabajo. Vuestra lectura, vuestra tertulia sobre mis personajes dan valor a mi trabajo, a tantas horas de silencio, de soledad, de aislamiento, de desasosiego... Ahora, con vosotros escuchando estas palabras que escribo desde el corazón, me estáis transmitiendo, sin saberlo, todo la magia que la literatura tiene, una magia extraordinaria que nos une para siempre.
Por eso, mi profunda gratitud y un abrazo inmenso para cada uno de vosotros.